Para él, todo el año era primavera. Su mejor amigo gozaba de su presencia
todo el tiempo, y eran felices ambos sin nada que temer, sin nada que objetar…
La pasividad del tiempo le era indiferente, pues nunca le corría prisa nada. No
seguía los horarios protocolarios y típicos que todo el mundo tenemos, no le
interesaba eso. Su casa estaba vacía, no le hacía falta más que un colchón y su
creatividad para amueblarla. El tacto de su piel era suave, se notaba que nunca
había trabajado en nada, para él las manos eran uno de los amuletos más
preciados que Dios podría haber otorgado al ser humano.
Las cosas empezaron a complicarse cuando apretaba el invierno, pero él no
desistía de su idea primaveral, nada ni nadie podía hacerlo cambiar de opinión…
¿O si?
Era de los que pensaba que el domingo lo había creado el altísimo para
descansar, aunque su austera vida alejada de todo mal y toda reacción fuese de
lo más ejemplificadora si de descanso había de referirse. Su porche... la
madera de pino retumbaba y le susurraba secretos escondidos de años atrás, de
dueños anteriores. El momento diario de lectura llegaba a ser extremadamente
orgásmico para aquella persona tan indiferente a la humanidad, al avance, a la
evolución… Llegaba a dar la terrible sensación de frío, pero fue todo lo que
encontró en los brazos de aquella mujer.
Los avisos le fueron sucediendo una y otra vez, las personas que lo querían
intentaban sin suerte alguna convencerlo de que aquel recuerdo era perverso,
más nunca recibieron una mera contestación por su parte. Cuando su pálpito leve
emprendía el viaje hasta el infinito, era en el momento en que aquella cosa
conseguía producirle sensaciones ventriculares prematuras. Era ella: mil noches
después seguía intacta, perfecta. Las psicofonías que se producían noche tras
noche en aquella vieja casa, eran indicadores de que nunca lo había abandonado,
a pesar de lo que muchos hubiesen podido llegar a decir o pensar de aquella
misteriosa dama.
Preferiblemente, el café lo tomaba solo, sin azúcar y sin leche. Era un
hombre de costumbres. Una vez se dijo que las casualidades eran de por sí
indicios de felicidad atrasada en el espacio tiempo, incluso llegó a plantearse
la idea de que los humanos le llamásemos casualidades a todo aquello que no
sabemos explicar, alejándolo del presentimiento divino que siempre suele estar
escondido tras todo eso. Nunca dio las gracias a nadie por nada, no creía que
nadie las hubiese podido merecer; tampoco buscó en su vida la compañía de nadie
más que no fuese ella, cierto era que tampoco lo encontraría.
Una sola frase fue la despedida de este gran genio fetichista, y procuró
que su simplicidad lo apartara del mundo, alejara los malos augurios que
bailaban a su alrededor y le proporcionara la paz que tanto había buscado en su
porche, escondido tras sus gafas de la mano de viejos libros… Y fue esta, ni
más ni menos, la que consiguió aupar su celebridad y propinó una misericordia
con derecho propio sin tener que Dios o las casualidades fuesen a ponerse en su
contra. Fue tenaz y obstinado toda su vida, pero consiguió la libertad para su
alma:
Cuando hace frío la mayoría de las cosas van más
deprisa, casualidades. Me encanta que haga frío y me encanta que TÚ seas una
casualidad.
Aquellas palabras utópicas mecieron en el aire primaveral oxidando los recuerdos dentro de su corazón. Tópicos típicos propicios en un precipicio.