domingo, 27 de noviembre de 2011

Tópicos típicos propicios en un precipicio.

Nunca había mostrado tanta facilidad para nada, incluso de pequeño ya mostraba dificultad a la hora de aprender a caminar. Tampoco el atarse los cordones fue su punto fuerte, él era más simple y prefería el calzado con velcro. Nunca pidió nada a cambio, excepto una sonrisa por cada buena acción. La rapidez con que despachaba los libros era la misma con la que solía dormirse, aunque muchas veces pareciese un “pis” alejándose del “pás”. La calidez de la añoranza por su pasado hizo mella en su presente de tal manera que incluso llegaba a poner en duda su futuro.

Para él, todo el año era primavera. Su mejor amigo gozaba de su presencia todo el tiempo, y eran felices ambos sin nada que temer, sin nada que objetar… La pasividad del tiempo le era indiferente, pues nunca le corría prisa nada. No seguía los horarios protocolarios y típicos que todo el mundo tenemos, no le interesaba eso. Su casa estaba vacía, no le hacía falta más que un colchón y su creatividad para amueblarla. El tacto de su piel era suave, se notaba que nunca había trabajado en nada, para él las manos eran uno de los amuletos más preciados que Dios podría haber otorgado al ser humano.

Las cosas empezaron a complicarse cuando apretaba el invierno, pero él no desistía de su idea primaveral, nada ni nadie podía hacerlo cambiar de opinión… ¿O si?

Era de los que pensaba que el domingo lo había creado el altísimo para descansar, aunque su austera vida alejada de todo mal y toda reacción fuese de lo más ejemplificadora si de descanso había de referirse. Su porche... la madera de pino retumbaba y le susurraba secretos escondidos de años atrás, de dueños anteriores. El momento diario de lectura llegaba a ser extremadamente orgásmico para aquella persona tan indiferente a la humanidad, al avance, a la evolución… Llegaba a dar la terrible sensación de frío, pero fue todo lo que encontró en los brazos de aquella mujer.

Los avisos le fueron sucediendo una y otra vez, las personas que lo querían intentaban sin suerte alguna convencerlo de que aquel recuerdo era perverso, más nunca recibieron una mera contestación por su parte. Cuando su pálpito leve emprendía el viaje hasta el infinito, era en el momento en que aquella cosa conseguía producirle sensaciones ventriculares prematuras. Era ella: mil noches después seguía intacta, perfecta. Las psicofonías que se producían noche tras noche en aquella vieja casa, eran indicadores de que nunca lo había abandonado, a pesar de lo que muchos hubiesen podido llegar a decir o pensar de aquella misteriosa dama.

Preferiblemente, el café lo tomaba solo, sin azúcar y sin leche. Era un hombre de costumbres. Una vez se dijo que las casualidades eran de por sí indicios de felicidad atrasada en el espacio tiempo, incluso llegó a plantearse la idea de que los humanos le llamásemos casualidades a todo aquello que no sabemos explicar, alejándolo del presentimiento divino que siempre suele estar escondido tras todo eso. Nunca dio las gracias a nadie por nada, no creía que nadie las hubiese podido merecer; tampoco buscó en su vida la compañía de nadie más que no fuese ella, cierto era que tampoco lo encontraría.

Una sola frase fue la despedida de este gran genio fetichista, y procuró que su simplicidad lo apartara del mundo, alejara los malos augurios que bailaban a su alrededor y le proporcionara la paz que tanto había buscado en su porche, escondido tras sus gafas de la mano de viejos libros… Y fue esta, ni más ni menos, la que consiguió aupar su celebridad y propinó una misericordia con derecho propio sin tener que Dios o las casualidades fuesen a ponerse en su contra. Fue tenaz y obstinado toda su vida, pero consiguió la libertad para su alma:

Cuando hace frío la mayoría de las cosas van más deprisa, casualidades. Me encanta que haga frío y me encanta que TÚ seas una casualidad.

Aquellas palabras utópicas mecieron en el aire primaveral oxidando los recuerdos dentro de su corazónTópicos típicos propicios en un precipicio.

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