sábado, 27 de abril de 2013

El interior del espectáculo


Tras las incesantes recomendaciones de un experto profesor de Cultura y Arte, me aventuré a explorar el interior de un grande como Vargas Llosa con el objetivo de intentar comprender mejor qué se esconde tras el espectáculo y los medios de comunicación. El inconformismo frente a la cultura de hoy plasmado en ‘La civilización del espectáculo’, a la que denomina como una cultura de solo espectáculo y escasa de valores en extractos así:

“(…) un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal”.

 Y cuán razón vi en esas palabras…

A jóvenes como yo que aspiramos a un periodismo digno, culto y (a ser posible) nuestro, nos hace recapacitar sobre qué es lo que está pasando verdaderamente con esta sociedad. Una sociedad que goza de multitud de avances tecnológicos en lo que a niños y adolescente se refiere y tiene un grandísimo atraso cultural en lo que a gente adulta se refiere. ¿Es esto culpa de la gran oferta cultural a la que se enfrentan que acaban por escoger malamente?

Yo miro a mi alrededor y caído como una manzana del árbol por la gravedad, pero no por la gravedad de la Tierra, sino por la gravedad que supone tener una sociedad avejentada ya no solo físicamente sino culturalmente.

Provengo de un sitio sedentario en lo que a aprendizaje en época de Franco se refiere, donde la carencia de recursos y la obligación por subsistir y salir a adelante fueron la primera opción de niños que desde los ocho años se vieron obligados a trabajar de sol a sol para poder llegar a algún sitio, un sitio mejor esperaban. Y hoy, esos niños, ahora son mayores jubilados que por primera opción escogen una tarde de camilla, brasero y ‘Sálvame’, y es ahí donde a personas como yo, que disfrutan la literatura como lo que más, nos entristece la decadencia intelectual que arrastran por elecciones así.

Pero Vargas Llosa va mucho más allá en este magnífico libro. La vanidad y la frivolidad son características que el autor atribuye a la civilización del espectáculo a lo largo del libro. Su ataque directo y aplastante hacia la religión y hacia los creyentes, me hace pensar que su posición atea es más fuerte según leo que si me lo argumentaran con palabras que podrían escapar a mi posterior análisis. Y es que, de esta manera, vuelves a leerlas y releerlas incrédula por su afanosa perspectiva, como se puede apreciar aquí:

“La fuerza de la religión es tanto mayor cuanto más grande sea la ignorancia de una comunidad”.

Tras esto, no puedo evitar volver a ejemplificar la época de Franco con la creencia posicionista religiosa de las generaciones que vinieron después de tal autoritarismo franquista. Todas las personas mayores, hoy en día, ven como algo inconcebible el hecho de que alto porcentaje de la juventud (en el 2013) no crea en un ‘algo’ superior que siempre está ahí velando por nosotros, al menos no el porcentaje que sí que creía en ello en su época.

Vargas Llosa no se queda atrás con la anterior cita y afirma en otra que la religión es la única que controla la conducta humana:

“si hay algo que todavía puede llamarse moral, un cuerpo de normas de conducta que propicien el bien, la coexistencia en la diversidad, la generosidad, el altruismo, la compasión, el respeto al prójimo, y rechacen la violencia, el abuso, el robo, la explotación… es la religión, la ley divina y no las leyes humanas”.

Aquí, entro en una desconcertante discrepancia con el autor, ya que mi opinión se acerca más a la postura individual de cada persona y a la libertad con que cada uno actuamos. Podemos creer o no creer, podemos actuar o no actuar de acuerdo a las escrituras y/mandamientos que figuren como leyes universales en la actuación humana, para lograr alcanzar el paraíso tras haber completado una vida donde el respeto al prójimo actúe como pilar fundamental de cada persona… O podemos no vivir así, por convicción, por moralidad, o por miles de aspectos diferentes que influyan en nuestra elección. El caso es que la elección depende de nosotros, no se puede intentar convencer de lo contrario y menos cuando hablamos de sectores amplios.

Y me remito a otra cita, que sí es acertada en su totalidad y que Vargas Llosa contraargumenta y de manera excepcional (y todo esto en las primeras páginas del libro):

“La ingenua idea de que a través de la educación, se puede transmitir la cultura a la totalidad de la sociedad, está destruyendo la alta cultura”.

La típica idea que tenemos todos, de que si llevamos a nuestros hijos a los mejores centros de los alrededores obtendrán una mejor educación, una educación superior por encima de la normal… O que nuestros mayores ya saben todo lo que deberían saber en la vida, y no por eso tienen más derecho a seguir aprendiendo más de la vida, más de autores excéntricos o no, que no pueden adentrarse en historias en primera, segunda o tercera persona, o que no tienen derecho a contar, a escribir… Que su derecho se podría basar solamente en una monotonía invernal, solitaria y triste como la de ‘camilla, brasero y Sálvame’.

Vargas Llosa sí plantea el hecho de que la educación bien guiada hacia la cultura, sería un excelente instrumento para llenar los vacíos espirituales de nuestras gentes. Y yo, a eso, he de sumarle la implicación de cada persona, las ganas de continuar aprendiendo y de autosuperación que tengamos cada uno por bandera. Porque ya sea con 15 o con 65, el aprendizaje tiene la misma pauta para ambos y la cultura viene dada por ello.

‘La civilización del espectáculo’, un libro que no deja indiferente a nadie y que te hace reflexionar de ámbitos en la vida que no se conocen tan profundamente como Vargas Llosa expone. Incita al lector a cuestionar el texto, a cuestionar al propio autor, a indagar, a preocuparse, a alarmarse y a que reaccione por sí mismo en cuanto a nuestra cultura se refiere, formando al lector como agente de creación de cultura.

Magnífica obra, excelente composición. Grandes palabras de un más grande autor como es Vargas Llosa.

Gracias por la recomendación, Pepe.                                                                                

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